Los pacientes del doctor García, Almudena Grandes (2017).
La cuarta entrega de los Episodios de una guerra interminable no es la más apasionante de la serie de la autora madrileña, si bien nos ofrece esas fotografías en blanco y negro que nos dejan el corazón en un puño e irradian tristeza. La línea argumental de la novela se centra en lo que supuso el fin de la II Guerra Mundial para el exilio español que no sólo vio cómo se consolidaba la dictadura franquista, sino que el Régimen auspició una compleja red de protección de nazis huidos tras la derrota con conexiones que llegaban Argentina. Es un grito de protesta contra “la sensación de impunidad de la que gozaban los antiguos nazis en la Argentina de Perón (…) aún más completa, más compacta y perfecta que la que les brindaba la España de Franco”.
Manolo y Guillermo son dos personajes que lucharon por el retorno de la democracia a España, siguieron sufriendo derrotas tras 1939 sin llegar a perder nunca la esperanza. Cerca del final de la novela y tras numerosos fracasos y la pérdida de apoyo por parte de los Estados Unidos, el doctor García siente ante sus hijos “vergüenza de evocar mi propia impotencia, la debilidad de mi causa y la fortaleza de mis enemigos (…) me pregunto qué habíamos hecho nosotros para que nos hubiera ido peor que a los nazis”. Guillermo García Medina aparece en varias novelas de la serie como activista de la resistencia antifranquista y ejerce como narrador e hilo conductor en muchos momentos de las mismas.
Frente a ellos Clara Stauffer es un personaje todopoderoso que orquesta esta organización desde su posición destacada en la Sección Femenina y su amistad con Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange. Encarna la victoria del fascismo en España antes y después de la Guerra Civil, queriendo dar voz Almudena a los represaliados de este conflicto que sigue latente en nuestra sociedad actual.
Ha sido al escribir estas líneas cuando he conocido la existencia de una serie basada en este libro en la plataforma Netflix y que se puede ver por RTVE Play. Aquí os dejo el trailer:
Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan (2012).
Un maravilloso descubrimiento, una obra desgarradora. La narración se inicia tras el suicidio de la madre de la autora a la que ella misma encuentra días más tarde: “mi madre estaba azul, de un azul pálido mezclado con ceniza, las manos extrañamente más oscuras que el rostro cuando la encontré en su casa esa mañana de enero. Las manos como manchadas de tinta en los nudillos de las falanges. Mi madre llevaba varios días muerta”. Decide entonces escribir sobre su madre para encontrar respuestas a su sinuoso discurrir vital desde la de infancia a su hora final
La estructura intercala la narración con reflexiones del proceso de escritura de la misma manera que otros autores recientes como Javier Cercas en El monarca de las sombras, Emmanuelle Carrere en El adversario o la más reciente El dolor de los demás de Miguel Ángel Hernández, que cultivan lo que se ha dado en llamar autoficción.
El título hace referencia a la canción de Alain Bashung, Osez Joséphine, que bien podría ser la banda sonora original de un libro trepidante que recorre los vaivenes de la existencia de Lucile con una honestidad brutal, que ahonda en las luces y sombras de la salud mental y en los orígenes de la inestabilidad de la madre (“la turbación mental es como un géiser de una protesta interior tímida u oculta durante mucho tiempo, la expresión repentina y brutal de un rechazo a dejarse manipular o destruir a partir de un momento, que se traduce en un desfase de tono, un volumen de sonido insoportable para oídos normales”), que la autora llega a entender y compartir; una necesidad de respuestas que muestra en el proceso creativo con intimismo y desasosiego (“La escritura es impotente. Como mucho permite plantear preguntas e interrogar a la memoria”).
En la primera parte nos lleva a la Francia de mediados del siglo XX en el que la peculiar familia Poirier encabezada por Georges y Liane, abuelos de la autora, es sacudida por continuos accidentes, secretos y traumas particulares (“todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo”) que llevan al suicidio a algunos de sus miembros e incluso a la anorexia de la protagonista que trata en su primera obra Días sin hambre (“la anorexia no se resume en la voluntad que tienen ciertas jóvenes de parecerse a las modelos, ciertamente cada día más delgadas, que llenan las páginas de las revistas femeninas…”). El suicidio como tema está presente en toda la obra y es abordado con realismo y sutileza.
La sombra de los abusos sexuales por parte de su padre, Georges, a Lucile aparece de manera recurrente como el origen de su carácter abúlico, indolente, melancólico que alterna con fases de energía vital, consumo de drogas y euforia que la llevan a la locura (“No lo sabremos nunca. Tenemos, unos y otros, nuestras propias convicciones, o bien no las tenemos. Quizá eso es lo más difícil, no haber podido odiar nunca a Georges, no haberlo podido absolver tampoco. Lucile nos dejó esa duda en herencia, y la duda es un veneno”).
Encontramos una amplia gama de personajes que son caracterizados a la perfección desde lo más profundo de su alma, sobre todo el de la propia escritora que se abre en canal sin caer en el morbo, la autocomplacencia o la vanidad.
Una escritora muy tener en cuenta así como a la persona que me la recomendó.
Primera persona del singular, Haruki Murakami (2021)
Contiene este libro 8 relatos del aclamado escritor japonés que pretenden ser autobiográficos aunque a menudo no es más que una herramienta narrativa. Amores de adolescencia evocados con serena nostalgia, jóvenes apenas vislumbradas, reseñas de jazz sobre discos imposibles, un poeta amante del béisbol, un simio parlante que trabaja como masajista y un anciano que habla del círculo con varios centros…
Los temas son bastante cotidianos y reconocibles en el autor pero carecen de la fuerza expresiva de otras de las obras de Murakami como Kafka en la orilla, Tokio Blues o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo . La mayoría son bastante planos y sólo algunos momentos del tan particular realismo mágico de Murakami hacen recordar esas obras. A menudo se pierde en divagaciones insustanciales y tramas carentes de interés.
Destacar entre los relatos Áspera piedra, fría almohada y Confesiones de un mono Shinawa. En este último, quizá encontramos los momentos más brillantes cuando el protagonista se hospeda en un hostal donde trabaja un mono que, además de hablar, no siente atracción sexual sobre las hembras de su especie, sino de las humanas. Ante la ausencia de relación carnal, tiene la capacidad de robar la identidad a las mujeres de las que se enamora de manera espiritual. Su concepción tan humana y poética del amor queda reflejada en este extracto:
“Creo que el amor es el combustible indispensable que nos permite seguir viviendo. Existe la posibilidad de que se agote y de que no dé sus frutos. Pero nadie podrá arrebatarnos el recuerdo de haber amado a alguien, de haberse enamorado alguna vez en la vida, incluso en el caso que dicho amor acabe disolviéndose y desapareciendo. (...) El amor es nuestra energía vital más valiosa, la fuente de calor de nuestro ser. Algo sin lo cual el espíritu, tanto del hombre como del mono, acaba convertido en un páramo umbrío, frío y yermo”.
En definitiva un libro para los incondicionales de Murakami, pero que no llega a la excelencia de otras creaciones del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023.
El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad (1902)
Un clásico de la transición entre los siglos XIX y XX que muestra la cara oculta del Imperialismo europeo. Está escrita como una sátira a modo de largo monólogo en el que un marino llamado Charlie Marlow cuenta su travesía por el río Congo en busca de un tal Kurtz, el jefe de una explotación de marfil al que se otorga un carácter simbólico y ambiguo, entre la ambición, la locura y la crueldad humana.
Podemos considerar al narrador como el alter ego del propio Conrad, quien vivió temporadas en África y más concretamente en el Congo entre 1889 y 1890 trabajando para la Société Anonyme Belge pour le Commerce du Haut-Congo. Allí pudo comprobar la crueldad de una colonización realizada en pos de la civilización indígena pero que escondía intereses particulares. Nos deja imágenes impactantes como estas:
(...) Aquellas formas moribundas eran libres como el aire y tan tenues como él (....) los huesos negros reposaban extendidos a lo largo, con un hombro apoyado en el árbol, y los párpados se levantaron lentamente, los ojos sumidos me miraron, enorme y vacuos, una especie de llama blanca y ciega en las profundidades de las órbitas (...) podía verles todas las costillas; las uniones de sus miembros eran como nudos de una cuerda. Cada uno llevaba atado al cuello un collar de hierro y estaban atados por una cadena cuyos eslabones colgaban entre ellos (...).
Reseñar que el Estado Libre del Congo fue creado por el rey Leopoldo II de Bélgica y se le concedió su propiedad en la Conferencia de Berlín de 1885 donde las potencias europeas se repartieron el continente africano. El monarca amasó una gran fortuna cuyo coste en vidas indígenas oscila entre 6 y 10 millones de muertes según las fuentes. Ya en su tiempo recibió denuncias internacionales por parte de personalidades británicas como Arthur Conan Doyle, Roger Casement o el propio Conrad; todo ello unido al estupor que provocaron las fotografías que había tomado la fotógrafa británica Alice Seeley Harris, provocó que el Estado belga se hiciera cargo de la administración del Congo en 1908.
En el año 2000 se publicaba en El País un artículo firmado por Mario Vargas Llosa que llevaba el mismo nombre del libro de Joseph Conrad. En el mismo, el premio Nobel se expresaba en estos términos:
Es una gran injusticia histórica que Leopoldo II, el rey de los belgas que murió en 1909, no figure, con Hitler y Stalin, como uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo veinte. Porque lo que hizo en el África, durante los veintiún años que duró el llamado Estado Libre del Congo (1885 a 1906) fraguado por él, equivale, en salvajismo genocida e inhumanidad, a los horrores del Holocausto y del Gulag (...) la crueldad y la codicia que impulsaron la aventura colonial europea en África, y cuyos datos y comprobaciones enriquecen extraordinariamente la lectura de la obra maestra de Conrad, “En el corazón de las tinieblas”,que ocurre en aquellos parajes y, justamente, en la época en que la Compañía belga de Leopoldo perpetraba sus peores vesanias. La clásica interpretación de Kurtz era la del hombre de la civilización al que un entorno bárbaro barbariza; en verdad, Kurtz encarna al civilizado que, por espíritu de lucro, abjura de los valores que dice profesar y, amparado en sus mejores conocimientos y técnicas guerreras, explota, subyuga, esclaviza y animaliza a quienes no pueden defenderse. Según Adam Hochschild, el modelo que tuvo en mente Conrad para el enloquecido Mr. Kurtz fue uno de los peores agentes coloniales de la Compañía del rey belga, un tal capitán Rom, que, como el héroe de la novela, tenía su cabaña congolesa cercada por calaveras de nativos clavadas en estacas.
Se ha catalogado a Conrad como un escritor romántico pero con una visión realista así como un antecesor del Modernismo. Sobre todo podemos considerarlo un escritor comprometido y con ideas que le acercan al origen del pacifismo como vemos en estos pasajes del libro:
La mente de un hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, el pasado y el futuro (...) La conquista de la tierra en su mayor parte no consiste más que en arrebatársela a aquellos que tienen una piel distinta o la nariz ligeramente más achatada que nosotros.
Su ideario sobre el momento que le tocó vivir queda definido en la frase "La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad".
En definitiva una obra fundamental para comprender el mundo a finales del siglo XIX y los inicios del siglo XX, así como los conflictos que se produjeron posteriormente.